Un relato que me parece hermoso, bonito y conmovedor y que me gustaria compartir con vosotros. La chica escribe muy bien....debe ser la herencia de su tio...ja,ja.
Yo estoy muy orgulloso de ella.
Sin mas os dejo con "Emma":
"Frío,mucho frío.Desde dentro de la cafetería puedo observar cómo se empañan los cristales de los ventanales. Echo otro terrón de azúcar en mi amargo café, lo disuelvo y doy un par de sorbos. De repente me acuerdo de que las Navidades se aproximan y todavía no he hecho mi lista de propósitos para el nuevo año, quizá sea algo de poca importancia, pero escribir pensamientos positivos me alegra, me hace sentir bien. Arranco una hoja de mi libreta y escojo un bolígrafo entre los tantos que hay en el bote del bar. Qué bien sientan las momentos de descanso, poder disfrutar de los ratos de tranquilidad. Últimamente parece que escaseamos de su disfrute, se acercan las fiestas, y cada vez tenemos más trabajo. De repente, vuelvo a la realidad, un pellizco imaginario me retuerce la piel ayudándome a mejorar mi concentración en lo que realmente importa ahora, comenzar esa lista. Tomo asiento en la mesa número trece, limpio los restos de migas que quedan de los últimos clientes y empiezo a escribir.
Nº1- Visitar mensualmente la residencia de ancianos, llevarle flores a Emma.
Escribo mi primera intención y no puedo evitar hacer una pausa. Sonrío. Es maravilloso recordar a la gente que ha sido significativa para ti, pero más maravilloso es recordarla sonriendo, esto demuestra que realmente lo fue mucho más de lo que podemos llegar a reconocer. Me acuerdo de Emma casi a diario, y también del modo en el que la conocí. Hace ya bastante tiempo, y por muchas veces que intento recordarlo nunca logro reconocer en qué mesa estaba sentada la primer vez que la vi. Yo llevaba poco tiempo trabajando en el bar, quizá una semana, o un par, como mucho. Por entonces, yo andaba muy liada y no dominaba el trabajo con la soltura que lo manejo ahora. Un interminable caos recorría mi cuerpo que se concentraba en hacer bien su trabajo y al mismo tiempo no caer muerto de cansancio.
Un día, a media mañana, una señora de unos 75 años de edad, recuerdo que me hizo un gesto desde su mesa para que le tomara nota. A los segundos, aparecí allí, con una libretita idéntica a las que ahora uso, de la cual he arrancado esta hoja. Me pidió un café y terminó su pedido saciando su intriga.
-¿Eres nueva, verdad? Llevo tiempo viniendo a este bar, pero no te había visto antes. Tienes unos ojos preciosos, chiquilla.
-Sí, sí, lo soy. Oh muchas gracias. Mi nombre es Olga - le hice ver indicando la chapita que colgaba de mi delantal. Claro que, por entonces, yo no sabía que la acusada miopía de Emma no le dejaba distinguir una letra de otra. Terminé la conversación dando pequeños saltitos hacía la cocina, donde dejaba el encargo de otros pedidos, y me disponía a preparar ese café. Más tarde ese mismo día al llegar a casa comprobé que me había dejado una nota en el bolsillo y algo de propina, con las prisas y el ajetreo no había caído en sus delicados movimientos de maniobra. Ésta decía: Los primeros días siempre son duros, buena suerte. Emma.
Emma pasaba tardes enteras en el bar, leyendo un libro, o simplemente mirando a la calle viendo a la gente pasar e imaginando sus vidas. No podía dejar de sentir curiosidad por ella, hasta que un día decidí zanjar esas cuentas pendientes conmigo misma, y en un rato de tranquilidad, preparé dos cafés y me senté en su mesa, pidiéndole permiso con un suave movimiento de cabeza. Ella, como aceptando esa petición que nunca llegué a formular, apartó su bolso de la silla y me sonrió.
-A este café invita la casa.
Pasamos un rato charlando hasta que al final decidí aventurarme a formular la pregunta que llevaba tiempo rondando en mi interior.
-Responderé a tu pregunta si me tratas de tú, por Dios, chiquilla, no me hagas sentir más vieja de lo que realmente soy.
-Está bien, tú ganas. Ahora, cuéntame. ¡Me tienes intrigadísima!
-Mira -me dijo ajustándose las gafas que se resbalaban por su delgada nariz hasta colocarlas en el sitio de nuevo.- ¿Ves aquel edificio? ¿El que tiene una gran puerta de madera?
Asentí con la cabeza.
-Vivo ahí. Vivo en una residencia para ancianos. Eso es todo lo que somos, ancianos. Paso los días aquí porque no tengo a nadie que venga a visitarme, y me gusta resguardarme en lugares en los que soy una persona más, y me tratan como a tal. Y por Dios, no me malinterpretes, las trabajadoras son excelentes, pero al fin y al cabo nosotros somos su trabajo, por decirlo de alguna forma su "objeto" de trabajo. Si vengo aquí puedo sentirme libre aunque sea por un par de horas, soy dueña de mis actos y no dependo de lo que los demás me manden. Puedo pedirme dos madalenas sin preocuparme por si sobrepaso el límite de azúcares permitidos al día y pasarme un buen rato pensando en mis recuerdos sin que indaguen en mis pensamientos haciéndome creer que he caído en una profunda depresión. ¿Responde esto a tus preguntas? - Se giró hacia mí con la voz algo temblorosa y con un brillo especial en los ojos.
-Perdona, no quería hacerte sentir mal, yo...
-No importa, son solo cosas de vieja, a veces no viene mal expresar los sentimientos a alguien para sentirte un poco más liberada de ellos. Sobre todo cuando llevas años sin poder hacerlo.
Sonreí apretando sus manos con fuerza, era un gesto significativo el haber contado conmigo para compartir sus secretos, me sentí halagada y le invité a compartirlos conmigo tantas veces como quisiera.
A partir de ese día, Emma comenzó a frecuentar los taburetes de la barra del bar, más próximas a los camareros. Más próximos a nuestras conversaciones, que, día a día, iban aumentando.
Se acercaban las fechas de Navidad y esos días la veía especialmente cariñosa, hablábamos de muchas cosas, e incluso llegó a hacerme un par de regalos y su propina aumentó considerablemente. Un día, por sorpresa, me confesó que quería comentarme algo.
-Sí claro, dígame -a veces era difícil tutearla, sobre todo en los días de ajetreo en los que era más fácil que mi mente se ausentara.
-Verás, como bien te dije hace un par de meses, estoy sola. Siempre he vivido sola. Fui hija única y mis padres murieron cuando no eran muy mayores. La verdad es que nunca he experimentado la felicidad, ni lo que es ser querida por nadie. En la residencia, cada una de mis compañeras, trae a algún familiar para la fiesta de Navidad, hacemos una merienda especial, y bueno, me gustaría que vinieses como familiar mío, si no tienes muchas cosas que hacer el Domingo que viene...
Al oír estas palabras la miré a los ojos levantando la vista del vaso de cristal que estaba fregando. Me partió el corazón verla así, pero por otro lado, no sabía si era lo correcto, al fin y al cabo sólo me conocía desde hacía dos meses, y quizá no fuera bien recibida en la residencia. Pero, estaba cansada de hacer siempre lo correcto y decidí guiarme por el corazón.
-Allí estaré Emma, pase lo que pase. - Le guiñé un ojo y entré a la cocina a por más jabón.
Recuerdo que unos días más tarde me devané los sesos pensando en un detalle que pudiese gustarle. Como todo buen familiar, yo también quería llevarle un regalo. Estuve pensando varias opciones y visité varios centros comerciales. A punto de salir de la última tienda, cuando ya frustrada me disponía a irme sin ningún regalo que me convenciese, encontré algo que me llamó la atención. Era una caja de madera pequeña, arriba, en su tapa, había una inscripción “Caja de la vida”, trazado con colores llamativos y alegres. “Me la quedo”, pensé.
Los días siguientes estuve reflexionando acerca de lo que metería en esa caja que me había encandilado desde el primer momento, pero más tarde comprendí que esa función no me pertenecía a mí.
Domingo, siete de la mañana. Sonaba el despertador. Pi. Pi. Lo apagué de un manotazo. Zapatillas de ir por casa. Baño. Ducha. Cocina. Desayuno. Observé el calendario. Era el día en que iría a la residencia como familiar de Emma. Algo nerviosa, guardé el regalo en el bolso, envuelto con un perfecto lazo rojo que la chica de la tienda se esmeró en elaborar, y salí de casa.
Al llegar al bar comencé con la rutina de siempre, aunque me daba fuerzas pensar que podía ser un día más especial de lo habitual. A medida que pasaba la mañana iba poniéndome más nerviosa. Siempre había sido algo vergonzosa, y este tipo de encuentros conseguía producir en mí un efecto de nerviosismo tal que mi vieja costumbre de morderme las uñas amenazaba con volver a aparecer.
Llegó la hora y decidí dirigirme hacia la residencia donde me esperaba Emma. Cuando llegué y entré solamente vi a una chica en el mostrador. La recepcionista, supuse.
-Em, hola, vengo, como familiar de Emma, ¿sabe dónde puedo encontrarla?
-¿De Emma? -Preguntó dubitativa. -Sí claro, están todos ahí, al fondo a la derecha verás unas escaleras que bajan hacia el salón de actos, están celebrando la llegada de la Navidad con algunas frivolidades y villancicos.
-Oh, gracias.- Le ofrecí una cálida sonrisa y desaparecí.
En efecto, al fondo a la derecha encontré esas escaleras que la recepcionista me había indicado. Arriba había una ventana que daba al salón de actos, desde la cual pude ver a Emma mirando continuamente a todos lados, como buscando algo, como buscando a alguien. Bajé las escaleras y fui a su encuentro, de repente hallé en su mirada una muestra tal de cariño que jamás hasta hoy he vuelto a experimentar.
-¡Chiquilla, has venido! Ya pensaba que te habías olvidado de este trasto- hizo un gesto con las manos señalándose el cuerpo de arriba abajo y acto seguido se abalanzó sobre mí para infundirme un fuerte abrazo.
-¿Cómo iba a olvidarme, Emma? Te dije que no te iba a fallar- le dije mientras le acariciaba suavemente una de sus mejillas.
Estuvimos hablando y compartiendo las cosas que nos habían ocurrido en los últimos días ya que no habíamos tenido mucha ocasión para conversar. Al cabo de un buen rato decidí que era el momento de entregarle mi regalo.
-Te he traído algo Emma, espero que te guste, Feliz Navidad.
Me miró con cara de sorpresa, pero no dijo nada, aceptó el regalo y comenzó a abrirlo con delicadeza. Parecía que nunca antes hubiese abierto uno. Quizá fuese así. Al descubrir lo que había dentro del papel envoltorio quedó maravillada y casi se quedó sin palabras de agradecimiento.
-Parece una caja normal, ¿verdad?
Emma asintió con la cabeza mientras miraba la caja cada vez desde un ángulo diferente.
-Pues no lo es, ¿y sabes por qué? Muy sencillo. Esta caja, sirve para hacer realizar los sueños que te queden por cumplir. Debes anotar esos propósitos o deseos que quieras realizar este año en un papel, introducirlos, y yo te ayudaré a cumplirlos. ¿De acuerdo?
Esta vez Emma no pudo contener la emoción y dejó escapar un par de lagrimillas, que sin hablar, pudieron expresarme la profundidad de sus sentimientos.
Pasé el resto de la tarde con ella, y sus compañeras de la residencia, también me presentó a las trabajadoras. He de decir que pasamos un rato muy agradable. A partir de ese día comencé a visitar con más frecuencia la residencia, fui congeniando con el resto de los residentes, y en más de una ocasión me hice cómplice de las enfermeras y cuidadoras ayudándolas con alguna tarea voluntariamente. Visitarlas varias veces al mes me hacía sentirme mejor conmigo misma, y además me ayudaba a desconectar de mis problemas. Mantuve el contacto con Emma casi a diario, hasta que casi 7 años después falleció, pero desde entonces no he dejado de visitar a la residencia, sirviendo de apoyo a otros ancianitos que como Emma vivían ensimismados en su soledad, sin un ápice de ilusión y esperanza. Ahora le llevo flores al cementerio casi todas las semanas, es horrible la forma en la que le sigo echando de menos.
Aquellas Navidades fueron realmente especiales, me hicieron darme cuenta de que los regalos grandes y suntuosos no valían de nada, si no teníamos lo verdaderamente importante, aunque estos fueran considerados como inferiores por no estar valorados en términos económicos. Emma me enseñó el valor de la amistad, la importancia del amor, y sobre todo lo maravilloso que es experimentar la sensación de dar sin recibir nada a cambio. Me enseñó a apreciar los regalos realmente importantes, aquellos que no sólo se entregaban en Navidad. Emma me enseñó muchísimas cosas, y puedo estar orgullosa de pensar que nuestra amistad aunque breve, será la más gratificante que tendré en toda mi vida."
Nº1- Visitar mensualmente la residencia de ancianos, llevarle flores a Emma.
Escribo mi primera intención y no puedo evitar hacer una pausa. Sonrío. Es maravilloso recordar a la gente que ha sido significativa para ti, pero más maravilloso es recordarla sonriendo, esto demuestra que realmente lo fue mucho más de lo que podemos llegar a reconocer. Me acuerdo de Emma casi a diario, y también del modo en el que la conocí. Hace ya bastante tiempo, y por muchas veces que intento recordarlo nunca logro reconocer en qué mesa estaba sentada la primer vez que la vi. Yo llevaba poco tiempo trabajando en el bar, quizá una semana, o un par, como mucho. Por entonces, yo andaba muy liada y no dominaba el trabajo con la soltura que lo manejo ahora. Un interminable caos recorría mi cuerpo que se concentraba en hacer bien su trabajo y al mismo tiempo no caer muerto de cansancio.
Un día, a media mañana, una señora de unos 75 años de edad, recuerdo que me hizo un gesto desde su mesa para que le tomara nota. A los segundos, aparecí allí, con una libretita idéntica a las que ahora uso, de la cual he arrancado esta hoja. Me pidió un café y terminó su pedido saciando su intriga.
-¿Eres nueva, verdad? Llevo tiempo viniendo a este bar, pero no te había visto antes. Tienes unos ojos preciosos, chiquilla.
-Sí, sí, lo soy. Oh muchas gracias. Mi nombre es Olga - le hice ver indicando la chapita que colgaba de mi delantal. Claro que, por entonces, yo no sabía que la acusada miopía de Emma no le dejaba distinguir una letra de otra. Terminé la conversación dando pequeños saltitos hacía la cocina, donde dejaba el encargo de otros pedidos, y me disponía a preparar ese café. Más tarde ese mismo día al llegar a casa comprobé que me había dejado una nota en el bolsillo y algo de propina, con las prisas y el ajetreo no había caído en sus delicados movimientos de maniobra. Ésta decía: Los primeros días siempre son duros, buena suerte. Emma.
Emma pasaba tardes enteras en el bar, leyendo un libro, o simplemente mirando a la calle viendo a la gente pasar e imaginando sus vidas. No podía dejar de sentir curiosidad por ella, hasta que un día decidí zanjar esas cuentas pendientes conmigo misma, y en un rato de tranquilidad, preparé dos cafés y me senté en su mesa, pidiéndole permiso con un suave movimiento de cabeza. Ella, como aceptando esa petición que nunca llegué a formular, apartó su bolso de la silla y me sonrió.
-A este café invita la casa.
Pasamos un rato charlando hasta que al final decidí aventurarme a formular la pregunta que llevaba tiempo rondando en mi interior.
-Responderé a tu pregunta si me tratas de tú, por Dios, chiquilla, no me hagas sentir más vieja de lo que realmente soy.
-Está bien, tú ganas. Ahora, cuéntame. ¡Me tienes intrigadísima!
-Mira -me dijo ajustándose las gafas que se resbalaban por su delgada nariz hasta colocarlas en el sitio de nuevo.- ¿Ves aquel edificio? ¿El que tiene una gran puerta de madera?
Asentí con la cabeza.
-Vivo ahí. Vivo en una residencia para ancianos. Eso es todo lo que somos, ancianos. Paso los días aquí porque no tengo a nadie que venga a visitarme, y me gusta resguardarme en lugares en los que soy una persona más, y me tratan como a tal. Y por Dios, no me malinterpretes, las trabajadoras son excelentes, pero al fin y al cabo nosotros somos su trabajo, por decirlo de alguna forma su "objeto" de trabajo. Si vengo aquí puedo sentirme libre aunque sea por un par de horas, soy dueña de mis actos y no dependo de lo que los demás me manden. Puedo pedirme dos madalenas sin preocuparme por si sobrepaso el límite de azúcares permitidos al día y pasarme un buen rato pensando en mis recuerdos sin que indaguen en mis pensamientos haciéndome creer que he caído en una profunda depresión. ¿Responde esto a tus preguntas? - Se giró hacia mí con la voz algo temblorosa y con un brillo especial en los ojos.
-Perdona, no quería hacerte sentir mal, yo...
-No importa, son solo cosas de vieja, a veces no viene mal expresar los sentimientos a alguien para sentirte un poco más liberada de ellos. Sobre todo cuando llevas años sin poder hacerlo.
Sonreí apretando sus manos con fuerza, era un gesto significativo el haber contado conmigo para compartir sus secretos, me sentí halagada y le invité a compartirlos conmigo tantas veces como quisiera.
A partir de ese día, Emma comenzó a frecuentar los taburetes de la barra del bar, más próximas a los camareros. Más próximos a nuestras conversaciones, que, día a día, iban aumentando.
Se acercaban las fechas de Navidad y esos días la veía especialmente cariñosa, hablábamos de muchas cosas, e incluso llegó a hacerme un par de regalos y su propina aumentó considerablemente. Un día, por sorpresa, me confesó que quería comentarme algo.
-Sí claro, dígame -a veces era difícil tutearla, sobre todo en los días de ajetreo en los que era más fácil que mi mente se ausentara.
-Verás, como bien te dije hace un par de meses, estoy sola. Siempre he vivido sola. Fui hija única y mis padres murieron cuando no eran muy mayores. La verdad es que nunca he experimentado la felicidad, ni lo que es ser querida por nadie. En la residencia, cada una de mis compañeras, trae a algún familiar para la fiesta de Navidad, hacemos una merienda especial, y bueno, me gustaría que vinieses como familiar mío, si no tienes muchas cosas que hacer el Domingo que viene...
Al oír estas palabras la miré a los ojos levantando la vista del vaso de cristal que estaba fregando. Me partió el corazón verla así, pero por otro lado, no sabía si era lo correcto, al fin y al cabo sólo me conocía desde hacía dos meses, y quizá no fuera bien recibida en la residencia. Pero, estaba cansada de hacer siempre lo correcto y decidí guiarme por el corazón.
-Allí estaré Emma, pase lo que pase. - Le guiñé un ojo y entré a la cocina a por más jabón.
Recuerdo que unos días más tarde me devané los sesos pensando en un detalle que pudiese gustarle. Como todo buen familiar, yo también quería llevarle un regalo. Estuve pensando varias opciones y visité varios centros comerciales. A punto de salir de la última tienda, cuando ya frustrada me disponía a irme sin ningún regalo que me convenciese, encontré algo que me llamó la atención. Era una caja de madera pequeña, arriba, en su tapa, había una inscripción “Caja de la vida”, trazado con colores llamativos y alegres. “Me la quedo”, pensé.
Los días siguientes estuve reflexionando acerca de lo que metería en esa caja que me había encandilado desde el primer momento, pero más tarde comprendí que esa función no me pertenecía a mí.
Domingo, siete de la mañana. Sonaba el despertador. Pi. Pi. Lo apagué de un manotazo. Zapatillas de ir por casa. Baño. Ducha. Cocina. Desayuno. Observé el calendario. Era el día en que iría a la residencia como familiar de Emma. Algo nerviosa, guardé el regalo en el bolso, envuelto con un perfecto lazo rojo que la chica de la tienda se esmeró en elaborar, y salí de casa.
Al llegar al bar comencé con la rutina de siempre, aunque me daba fuerzas pensar que podía ser un día más especial de lo habitual. A medida que pasaba la mañana iba poniéndome más nerviosa. Siempre había sido algo vergonzosa, y este tipo de encuentros conseguía producir en mí un efecto de nerviosismo tal que mi vieja costumbre de morderme las uñas amenazaba con volver a aparecer.
Llegó la hora y decidí dirigirme hacia la residencia donde me esperaba Emma. Cuando llegué y entré solamente vi a una chica en el mostrador. La recepcionista, supuse.
-Em, hola, vengo, como familiar de Emma, ¿sabe dónde puedo encontrarla?
-¿De Emma? -Preguntó dubitativa. -Sí claro, están todos ahí, al fondo a la derecha verás unas escaleras que bajan hacia el salón de actos, están celebrando la llegada de la Navidad con algunas frivolidades y villancicos.
-Oh, gracias.- Le ofrecí una cálida sonrisa y desaparecí.
En efecto, al fondo a la derecha encontré esas escaleras que la recepcionista me había indicado. Arriba había una ventana que daba al salón de actos, desde la cual pude ver a Emma mirando continuamente a todos lados, como buscando algo, como buscando a alguien. Bajé las escaleras y fui a su encuentro, de repente hallé en su mirada una muestra tal de cariño que jamás hasta hoy he vuelto a experimentar.
-¡Chiquilla, has venido! Ya pensaba que te habías olvidado de este trasto- hizo un gesto con las manos señalándose el cuerpo de arriba abajo y acto seguido se abalanzó sobre mí para infundirme un fuerte abrazo.
-¿Cómo iba a olvidarme, Emma? Te dije que no te iba a fallar- le dije mientras le acariciaba suavemente una de sus mejillas.
Estuvimos hablando y compartiendo las cosas que nos habían ocurrido en los últimos días ya que no habíamos tenido mucha ocasión para conversar. Al cabo de un buen rato decidí que era el momento de entregarle mi regalo.
-Te he traído algo Emma, espero que te guste, Feliz Navidad.
Me miró con cara de sorpresa, pero no dijo nada, aceptó el regalo y comenzó a abrirlo con delicadeza. Parecía que nunca antes hubiese abierto uno. Quizá fuese así. Al descubrir lo que había dentro del papel envoltorio quedó maravillada y casi se quedó sin palabras de agradecimiento.
-Parece una caja normal, ¿verdad?
Emma asintió con la cabeza mientras miraba la caja cada vez desde un ángulo diferente.
-Pues no lo es, ¿y sabes por qué? Muy sencillo. Esta caja, sirve para hacer realizar los sueños que te queden por cumplir. Debes anotar esos propósitos o deseos que quieras realizar este año en un papel, introducirlos, y yo te ayudaré a cumplirlos. ¿De acuerdo?
Esta vez Emma no pudo contener la emoción y dejó escapar un par de lagrimillas, que sin hablar, pudieron expresarme la profundidad de sus sentimientos.
Pasé el resto de la tarde con ella, y sus compañeras de la residencia, también me presentó a las trabajadoras. He de decir que pasamos un rato muy agradable. A partir de ese día comencé a visitar con más frecuencia la residencia, fui congeniando con el resto de los residentes, y en más de una ocasión me hice cómplice de las enfermeras y cuidadoras ayudándolas con alguna tarea voluntariamente. Visitarlas varias veces al mes me hacía sentirme mejor conmigo misma, y además me ayudaba a desconectar de mis problemas. Mantuve el contacto con Emma casi a diario, hasta que casi 7 años después falleció, pero desde entonces no he dejado de visitar a la residencia, sirviendo de apoyo a otros ancianitos que como Emma vivían ensimismados en su soledad, sin un ápice de ilusión y esperanza. Ahora le llevo flores al cementerio casi todas las semanas, es horrible la forma en la que le sigo echando de menos.
Aquellas Navidades fueron realmente especiales, me hicieron darme cuenta de que los regalos grandes y suntuosos no valían de nada, si no teníamos lo verdaderamente importante, aunque estos fueran considerados como inferiores por no estar valorados en términos económicos. Emma me enseñó el valor de la amistad, la importancia del amor, y sobre todo lo maravilloso que es experimentar la sensación de dar sin recibir nada a cambio. Me enseñó a apreciar los regalos realmente importantes, aquellos que no sólo se entregaban en Navidad. Emma me enseñó muchísimas cosas, y puedo estar orgullosa de pensar que nuestra amistad aunque breve, será la más gratificante que tendré en toda mi vida."
Una maravilla Juanjo.He de decir que al principio me daba un poco de mandra leerlo pero una vez empiezas te atrapa la gran sensibilidad de la autora.Un regalo encantador para empezar bien la semana.
ResponderEliminarMi más cordial felicitación para Alicia y a ti por compartirlo.
Abrazos y saludos afectuosos!
Antonio: gracisa amigo.Le transmitire tus felicitaciones a Alicia que sin duda se pondra muy contenta
EliminarUn abrazo muy fuerte
Me encanta!!!!!!
ResponderEliminarLo he vuelto a leer y me ha emocionado igual.
Felicita a tu sobrina Alicia de mi parte, Juanjo. Un relato escrito con mucha sensiblidad y muy emotivo. Por cierto, que no dices su edad (aunque igual es una indiscreción preguntarlo)
ResponderEliminarPatricia: Ya lo se guapa.Te quiero
ResponderEliminarBesos
JuanRa: No creo que sea indiscreccion....cuando tienes 17 años tu edad no suele preocuparte mucho
ResponderEliminarLe transmitire tus felicitaciones
Un abrazo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarManuel: efectivamente la historia esta basada en hechos reales que le conto mi hermana a su hija sobre los meses que estuvo trabajando en una residencia.
ResponderEliminarEn cuanto a la frase de tu abuelo...me la apunto
Un abrazo
Hola Juanjo: Un relato que llega al fondo del alma y que para quienes alguna vez trabajaron y trabajan en una residencia una reflexión.
ResponderEliminarMi abuelo materno decía que si vas al cementerio a llevar flores a alguien, realmente había dejado una impronta en el corazón
Saludos
Tu sobrina escribe muy bien a los 17 años
Imagina como escribirá los 23
Supongo que escribira aun mucho mejor.A mis 17 años yo hubiera sido incapaz de escribir como ella
EliminarUn abrazo afectuoso
Un poquito triste (o es que yo ando muy sentimental)y muy bien escrito.
ResponderEliminarBesitosss
S: es un poquito triste si,pero ademas es que tu eres sentimental
EliminarBesitos
Hola Juanjo, u para no desentonar le das las felicitaciones a tu sobrina independientemente de los años que tenga su escrito me ha gustado,hace reflexionar y eso ya dice bastante de ella...nada cuídala que seguro que os jubila pronto amigo¡¡¡¡
ResponderEliminarUn placer, muchas gracias, besos pata todos, Emma incluida...
Don vito: ojala siga escribiendo y letyendo,necesitamos mas gente joven con iniciativas....y que puedan jubilarnos
EliminarUn abrazo fuerte
Hola Juanjo,he vivido la historia. He visto a Enma sentada en ese bar mirando por la ventana su residencia. He visto como Olga apoyada en la barra del bar, escuchaba animada los relatos que Enma le contaba. He notado su afán por encontrar el regalo perfecto y aún veo la añoranza y esa tierna sonrisa que a Olga se le pone cuando va a dejarle flores.
ResponderEliminarFelicidades a Alicia, creo que toda palabra será poca.
Besos.
Rosa: Tus palabras creo que seran el mejor regalo posible para Alicia,el que su relato haya logrado transmitirte todas esas sensaciones,es algo que me emociona
ResponderEliminarBesos guapa
Mi enhorabuena a tu sobrina Alicia. El relato me ha parecido muy tierno, conforme lo leía, me introducía en el personaje y asido muy satisfactorio leerlo.
ResponderEliminarUn beso para Ali y ánimo continúa escribiendo que lo haces genial.
Un abrazo y beso para ti Juanjo, con cariño.
Eva: graciasguapa.Estoy seguro de que tus palabras tambien le van a encantar
EliminarUn besazo a ti con todo mi cariño
Aquellas personas capaces de hacernos vibrar, sentir y pensar a través de las palabras tienen un don especial, Alicia lo lleva impreso en el alma, espero y deseo que escriba otros tantos cuentos como éste, tierno, sensible y palpable.
ResponderEliminarMis felicitaciones y un babero gigante para ti,
Besotes!!
Mimosa: Me han encantado tus palabras y seguro que a Alicia le emocionaran.Gracias guapa
ResponderEliminarPara el babero llegas tarde...ya me lo habia comprado..ja,ja
Besos